En medio del hayedo los pinos mueren. ¿Qué ocurre? ¿Se trata de la sequía o estamos ante algo diferente?
Hola ¿cómo va? Os habla desde esta biblioteca errante que es la vida Vicente García Campo, El Errabundo de las Letras. Ya sabéis, ese lector y andariego, al que le gusta más cavar pozos que caer en ellos y al que sus pasos llevan de libro en libro, de poema en poema y hoy, de árbol en árbol. .
Y ¿a dónde me ha llevado hoy mi errabundeo literario?
Pues a un hermoso bosque. A un bosque de hayas, es decir a un hayedo. ¿Y eso? ¿Cómo es que a un lector vagabundo le da por aparecer en mitad de un hayedo? Bueno, pues muy sencillo, porque antes de ser lector y vagabundo soy humano y los humanos somos hijos del bosque y es normal y lógico que, de vez en cuando volvamos a él, a nuestros orígenes arborícolas.
Así que me interno en el bosque. Ando por el Montseny, que está a una media hora de coche de mi casa, unos treinta kilómetros, los últimos veinte, desde San Celoni hasta Santa Fe son cuesta arriba y tan curveados como preciosos.
En fin, aparco, cargo con mi mochila y me preparo para subir a un par de picos. No es mucho, pero hay que estar medianamente en forma para disfrutar la caminata sin cansarse en exceso. Calculo que algo menos de veinte kilómetros y unos mil metros de desnivel acumulado. Por supuesto las cifras y no son exactas y se ha de tener en cuenta que este paraje lo conozco muy bien y me meto por senderos que no aparecen en los mapas.
Echo a andar…
Y me interno en el bosque.
El bosque, a esta altitud, está formado mayoritariamente por hayas. Es un hayedo denso, tanto que al tomar el desvío que abandona el camino del Turó de l´Home y que conduce hasta la carretera de Viladrau, me hundo casi hasta la cintura entre la hojarasca. A veces, al pie de uno de los ejemplares puede encontrarse algún acebo…y poca cosa más.
El hayedo es monótono y bello. Un oxímoron de la naturaleza.
De una belleza monótona, como la del mar pongamos por caso.
Solo en los espolones rocosos aparece alguna encina pequeña y retorcida que asoma entre las piedras y matas de tomillo, romero y escoba.
Sin embargo, en alguna ocasión, el hayedo se mezcla, convive con otro tipo de bosque. Hoy, que paseo por el macizo del Montseny, este otro el de abetos. De modo que, si en lugar de tomar el ramal que he cogido, hubiera seguido el camino marcado en los mapas, hacia las cimas del Turó y Les Agudes, entonces hubiera aparecido L´avetossa que es como se llama en catalán al bosque de abetos o, en castellano, abetal.
Pero, por el camino que he seguido yo, solo hay hayas. Centenares de ellas, miles más bien.
Hay alguna excepción claro. Así, al inicio del camino he descubierto una hondonada formada por el cauce del río. Unos cuantos ejemplares de una variedad de pino de gran porte, se extienden por unos pocos centenares de metros y no deben ser más allá de una veintena de ejemplares y eso suponiendo que algunos de ellos se encuentren ocultos a mi vista.
Uno de ellos está al pie del camino. Lo observo: está tronchado por la mitad. Muerto. Me detengo, golpeo el tronco con la palma de la mano y me responde un lamento hueco: no es el primer invierno en el que la nieve ha caído sobre sus ramas inertes. Más allá, por detrás de él, aparecen dos pinos más. Ambos caídos. Los examino, sus dimensiones son considerables.
Me despojo de mi mochila y decido andar de uno a otro pino. Para mi desconsuelo, descubro que todos han muerto. Es por ello que no puedo dejar de sufrir una sensación extraña, de angustia.
Una sensación que me aguza los sentidos y que me obliga a hacerme una pregunta.
La sensación hace que me acerque hasta estos restos que fueron árboles es que, contra más me acerco a ellos, más descubro lo hermosos que son.
Muy hermosos.
Pienso que un árbol es el cadáver más hermoso. Y, también, el más productivo ecológicamente hablando, pues animalillos, setas y demás aprovechan sus restos para vivir en él, para vivir de él.
Y, la pregunta, inevitable, es: ¿por qué han muerto? Al fin y al cabo las hayas que los rodean parecen gozar de buena salud y es un árbol bastante exigente en cuanto a las condiciones que precisa de humedad y temperatura.
Entonces, si las hayas sobreviven sin problemas ¿qué les ha sucedido a estos pinos?
Lo único que me viene a la mente es girarme hacia el fondo de la hondonada, hacia la riera. Sí, en efecto, está seca y eso en febrero, lo que es muy anormal. Sin embargo, hasta hace un par o tres de años esto no era así. Recuerdo veranos en los que bajaba una cantidad de agua decente.
¿Y qué diferencia a estos pinos de las hayas?
Los pinos, al contrario que otros árboles mueren de repente. Es decir, pueden mantener parte de sus hojas para sobrellevar la sequía hasta que llega un momento que no pueden más y sus funciones vitales desaparecen en cuestión de poco tiempo. Es decir, mueren. Pero, ¿cómo es posible que las hayas sobrevivan? En primer lugar las hayas son capaces de desprenderse de todas sus hojas, de manera que reducen su metabolismo al mínimo hasta que las condiciones ambientales, lluvia, humedad, etc. mejoran.
Por otro lado está el tema de las raíces.
Al examinar los diferentes pinos muertos, observé que sus raíces no se extienden demasiado, al menos en superficie y comparadas con las hayas. Eso hace que los pinos no tuviera acceso a las zonas más húmedas de la hondonada como sí les sucede a las hayas. Además, los pinos se encontraban situados siempre en las peores zonas, entre rocas o en las laderas con más desnivel y suelos sueltos en los que la posibilidad de que la humedad se mantenga durante más tiempo es muchísimo menor.
Lo cierto es que no dispongo de una respuesta que me satisfaga al cien por cien. Tan solo que debe ser una combinación de factores que favorece al haya.
Por último y esto es un favor que os pido, si alguien es capaz de invocar a los dioses de la lluvia y que estos le obedezcan, le invitaré a caminar a mi lado y, lo que es más importante, al de Yago, mi perro, por este hermoso hayedo.
Así que amigos míos, sed curiosos, leed buenos libros y andad la vida.
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