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Un año sin Dragó

DRAGÓ

Ya hace un año…

Comienzo este recuerdo de Dragó con la entrada del 9 de Abril de su calendario espiritual que leí en su libro El sendero de la mano izquierda

 9 de Abril. Calendario Espiritual

 “El arte empieza en aquel punto en que vivir no basta para expresar la propia vida”

Y ese fue su arte, vivir de manera «exagerada» según sus propias palabras y luego, cargando las tintas, por supuesto que para eso es literatura, contarnosla, hacerla arte para llegar a todos los demás.

Por mi parte, me limitaré este 9 de abril de 2024, mañana hará un año que nos dejó, a explicar la única ocasión en la que tuve ocasión de charlar con él.

 

Andaba aburrido, esperaba a que mi mujer terminase las gestiones que nos habían llevado hasta Soria, cuando lo reconocí.

         Era Dragó, paseaba y charlaba amigablemente con una mujer más joven que él, una de sus colaboradoras. Vestía unos pantalones vaqueros, una camisa de cuello Mao que le daba – junto a sus ojos rasgados – un aire oriental y miraba a su alrededor con el aire saltarín y travieso de una gineta joven que acababa de descubrir el mundo.

         Debía rondar los ochenta años y la última vez que lo había visto fue en Libros con uasabi su programa de televisión acompañado de la misma mujer con la que hablaba.

         Mi primer impulso fue caminar hacia él y saludarle. Después de todo, Dragó era el autor de una de mis novelas favoritas El camino del corazón y durante una larga temporada le invitaba a mi casa cada vez que veía su programa de Negro sobre Blanco. Vamos que era casi una vieja amistad.

         Solo que él a mí no me conocía de nada y, como escritor, guardaba en mi mente un par de episodios recientes que había protagonizado alguno de mis lectores al reconocerme por la calle. Supuse que, en su caso, dada su popularidad, debía estar aburrido de que se le acercasen desconocidos más o menos amistosos.

         Después de sopesar los pros y los contras, me decidí a abordarle de la forma más educada posible (aunque no por ello, era plenamente consciente, dejaba de ser un abordaje).

         — ¿Fernando Sánchez Dragó?

         Él asintió con cara de susto.

         — Vicente García Campo — le tendí la mano.

         Dudó.

         — Escritor — añadí, ya que éramos colegas, me apetecía hacérselo saber.

         “Escritor”, pronuncié aquella palabra un poco por ensalmo. Hasta muy pocos años atrás, la palabra con la que me definía a mí mismo era otra: empresario, ingeniero o montañero. Todas eran ciertas, pero me aplicaba una u otra según el contexto.

         Sin embargo, desde que publiqué Sin fronteras me convertí en escritor. Siempre escritor.

         En fin, “escritor” fue la palabra mágica, el “abracadabra” que hizo que me estrechase la mano, me sonriera y se aviniera a mantener una pequeña conversación con un desconocido.

         Hablamos, le pregunté por sus nuevos proyectos y me explicó que, daba por cerrada su época televisiva, a no ser que, aunque le parecía improbable, La Caixa, apostara por renovar alguno de sus programas.

         Luego él me preguntó por mis libros.

         — ¿Y tus libros? — me preguntó.

         Por aquel entonces, además de mis textos teatrales había publicado algunas novelas.

         Le indiqué el título de un par.

         Sin fronteras y La voz del río.

         No las conocía, pero si me explicó que si estaba al tanto del Premio Desnivel de Literatura con el que estaba galardonada la primera de ellas. Le expliqué someramente el argumento de los textos. Solo un poquito, lo justo para que se enterase.

         Le quedó claro que ambas estaban protagonizadas por personajes bohemios y solitarios. Le llamó la atención el personaje de Martín, el protagonista de Sin fronteras, ese nómada que corre por las montañas y que vive  en una furgoneta con la que va, un día sí y otro también, de  cordillera en cordillera.

         Yo, por mi parte, le alabé El camino del corazón que es la mejor con diferencia desde mi punto de vista de sus novelas.

         Luego Dragó me preguntó si era soriano.

         — No, le dije, la soriana es mi mujer.

         — Pero vives aquí.

         — A temporadas — le contesté.

         — Pues a ver si me acercas uno de tus libros a Castilfrío.

         Pensé que también él podía acercarse a Abejar a llevarme uno de sus libros, pero deduje que aquellas palabras eran una forma amable de despedirse de mí y de engrosar su biblioteca con una buena novela.

         — De acuerdo — le dije.

         A la mañana siguiente, después de pasar por la librería de Santos Ochoa, en la soriana Plaza de los Doce Linajes, comprar un ejemplar de mi libro Sin fronteras (menudo negocio hice, por cierto) y dedicárselo me acerqué, perro incluido, con mi esposa, la soriana y culpable de que anduviera por esas tierras castellanas de Duero y barbacana de Aragón, hasta Castilfrío en la comarca de las Tierras Altas.

         Una vez allí fue fácil encontrar la casa de Fernando (tiene unas budas gordos muy visibles) y metí el ejemplar de mi novela en el buzón.

         Estuve tentado de llamar al timbre de la casa, después de todo tenía la disculpa del libro, pero pensé que quizás molestaba. A mí me gusta preservar mi intimidad e imaginé que a él, que era una persona conocida, todavía mucho más.

         Al salir pasé por delante de un azulejo en el que se leía, si no recuerdo mal “Visita no acordada, visita no deseada”. O sea que hice bien, aunque, en cierta forma mi visita estaba medio acordada.

         Ya de vuelta, para mi sorpresa, mientras paseaba por las pintorescas calles de Castilfrío con mi esposa y el perro, apareció en mitad de la soledad un niño japonés.

         Al ver al chucho

fue, decidido, hacia él.

         — ¿Cómo se llama? — preguntó el niño.

         — Yago — le contestamos.

         — ¿Puedo tocarlo?

         Yago es un perro de aguas español. Aparece en un par de relatos míos y me brinda un cameo en «La voz del río», vamos que es un perro muy literario y, sobre todo, parece un peluche, por lo que los niños se pirran por él.

         Como, además, Yago es muy manso no pusimos ninguna objeción.

         — Pues claro.

         El niño le tocó la cabeza y el lomo y se quedó satisfecho.

         Luego nos despedimos del pequeño.

         Regresamos al coche.

         — ¿Qué debe hacer un niño japonés aquí en mitad de la nada?—escuché, al tiempo de cerrar la portezuela del conductor.

         — Ni idea – contesté.

         — Vete a saber, con Dragó todo es posible, igual es su nieto, me suena algo de una japonesa…

         No mucho más tarde, un año o dos, me enteré que sí, que con Dragó lo más inverosímil siempre podía convertirse en realidad, así que lo del niño japonés, sí que era cosa suya.

         Por cierto, para acabar, dos cuestiones, que escribo con información que recabé mucho tiempo más tarde: la primera es que el niño no era su nieto, sino su hijo y la segunda, que el niño tiene un nombre precioso que Dragó tomó de El libro de la Selva y es Akela.

Y como Dragó era muy amigo de las sincronías, aquí explico la mía. Sé que no es importante y que no es más que una curiosidad, pero a él le gustaban este tipo de casualidades. De modo que decido contarlo. Pues bien el 10 de abril de 2023, aproximadamente a las nueve de la mañana me encontraba en Soria, a la espera de que el seguro me adjudicase un vehículo puesto que el mío se había averiado. Me ofrecieron un coche excelente, un Cupra, y me dispuse a regresar a casa. Por el camino, a eso de las diez de la mañana, pasé por el cruce que conducía a Castilfrío, al hacerlo le pregunté en voz alta a mi esposa «¿Qué debe estar haciendo Dragó?», pues supuse que por la fecha, debía estar en su refugio soriano. «Estará leyendo» me dijo. «O escribiendo…» No nos equivocamos. Ni mi mujer ni yo. Fernando leía y escribía. Lo que ocurrió es que mientras lo hacía la Parca lo visitó y se lo llevó consigo. Aunque eso lo supimos unas horas más tarde, cuando ya habíamos llegado a nuestro hogar.

Por cierto, aquí incluyo el enlace para escuchar el podcast que corresponde a esta entrada.

         

https://go.ivoox.com/rf/126984515

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